Hoy en día, la creciente escasez de recursos, el calentamiento global debido en parte a las emisiones derivadas de la construcción y el aumento del precio de las materias primas han llevado a los arquitectos a plantearse una serie de buenas prácticas edificatorias para conseguir un entorno sostenible.
El camino hacia una arquitectura responsable está en función de la eficiencia del edificio y su menor huella ecológica. Existen dos grandes sistemas constructivos en la arquitectura ecológica: los sistemas pasivos y los activos.
Los primeros inciden en todas aquellas estrategias destinadas a aprovechar al máximo las condiciones del lugar (clima, orientación), el aislamiento y la inercia térmica de los materiales, de manera que la climatización del edificio sea lo más natural posible. Los segundos, en cambio, buscan el apoyo tecnológico para conseguir esa climatización óptima. Los sistemas activos de abastecimiento energético más conocidos actualmente son la energía solar fotovoltaica, la solar térmica, la geotérmica y la eólica, aunque existen otros tipos, como la hidráulica o la maremotriz.
Por último, existe otro sector dentro del campo de la arquitectura sostenible: las casas prefabricadas. Históricamente asociadas a una estética uniforme, sus prestaciones han mejorado de manera notable en los últimos años. Entre sus beneficios se encuentran un mejor control de los procesos de construcción y la disminución de los costes y del impacto ambiental. Reducir la huella ecológica del sector de la construcción está en manos de los implicados y de la Administración, que desde hace unos años legisla en ese sentido. Una vivienda diseñada de manera lógica, saludable y autosuficiente en el ámbito energético no solamente ofrecerá unas condiciones de habitabilidad óptimas para sus residentes, sino que además constituirá un elemento decisivo para frenar la crisis medioambiental.