CRADLE TO CRADLE: DE LA CUNA A LA CUNA

Es innegable que desde hace unos años, el mundo de la arquitectura está sufriendo un proceso de transformación, mediante el cual, se buscan soluciones efectivas y respetuosas con el medio ambiente.

Dentro de toda esta serie de fenómenos y corrientes, hoy nos centraremos en una de las más drásticas y contundentes. Estamos hablando del Cradle to Cradle (C2C), o lo que es lo mismo, de la cuna a la cuna. Se trata de una de las certificaciones ecológicas más rigurosas que existen, y ha sido desarrollada por el arquitecto William McDonough y el químico Michael Braungast en su libro “Cradle to Cradle: Remaking the way we make things”.

La teoría aborda dos temas que son muy importantes en el mundo de la construcción: por un lado, presta especial atención a los componentes de los materiales, vigilando que éstos no contengan ningún tipo de elemento dañino para las personas. Por ejemplo, muchas de las pinturas que se emplean en la construcción hoy en día contienen altos niveles de COVs (Compuestos Orgánicos Volátiles), y siguen emitiendo toxinas incluso años después de ser aplicadas.

Por otro lado, estudia el ciclo de vida de estos materiales, esto es, la suma de todos los procesos por los que pasa un material desde que se extrae hasta el fin de su vida útil. Entre estos procesos cabe destacar la extracción, la fabricación, el transporte, la colocación y la retirada del mismo una vez que ha cumplido su función.

El programa evalúa un producto a través de cinco categorías de calidad: salud del material, reutilización del material, consumo de agua en su fabricación, equidad social y energías renovables y gestión del carbono.

Se entienden los materiales como nutrientes que siempre se pueden reutilizar, ya sea como nutrientes biológicos (no tóxicos, que puedan volver a la naturaleza), o nutrientes técnicos (para ser reutilizado una y otra vez).

La filosofía del Cradle to Cradle va más allá del pensamiento de las tres “R”: reducir, reutilizar y reciclar. No aspiran a que se reduzca el consumo, sino a promover una nueva revolución industrial en la que se planteen soluciones saludables, donde todo pueda ser reutilizado y donde la arquitectura se plantee desde el principio como sostenible. Por ejemplo, es mejor utilizar iluminación LED que otro tipo de luminarias tradicionales, pero mejor aún es diseñar el edificio para que capte la mayor cantidad de luz solar posible, reduciendo al máximo la necesidad de electricidad.

Y es que tratar de ser menos malo, no significa ser bueno. Tenemos que intentar que el balance de gastos sea positivo, producir más energía de la que se consume, y eliminar el concepto de residuo, pues todo puede ser reutilizado, ya sea como material compostable o para otros usos.

Esta visión puede parecer un poco utópica, pero son ya muchas las empresas que están comenzando a seguir estos criterios, ya que no solo redunda en una mejora de su producción, sino en un planteamiento más respetuoso con el medio ambiente. Sin duda debemos seguir de cerca los avances de esta teoría, ya que muy probablemente el futuro de la construcción pase por estos criterios.